viernes, 8 de febrero de 2008

LIMA: LA CIUDAD DE LOS REYES



Es mi puente un poeta que me espera / con su quieta madera / Puente de los Suspiros quiero que guardes/ en tu grato silencio mi confidencia...", canta la voz inconfundible de Chabuca Granda en la radio de la camioneta que nos traslada desde el aeropuerto de Lima. En los versos de ese vals se hallan las pistas para descubrir los rincones secretos de esta ciudad.


Capital de Perú, Lima es conocida como la "Ciudad de los reyes", título —impuesto por su fundador, Francisco Pizarro— que la destacó como centro político y administrativo del Virreinato del Perú. Un paseo por sus calles revela mucho más: el esplendor de las mansiones de aquella época y las huellas de culturas precolombinas presentes en el corazón de la ciudad, exhiben el espíritu de Lima, ancestral, colonial y también moderno.


Poco antes de aterrizar se percibe el cielo siempre gris de Lima. Para contrastarlo, las fachadas de las casas lucen tonos estridentes y los limeños llevan prendas co loridas "que alejan la depresión", indica una de nuestras anfitrionas, camino al hotel. Nos trasladamos por Callao, donde se hallan los barrios más humildes y los grandes mercados.


Las construcciones cuadradas de color verde o terracota de esta zona, contrastan con las casas estilo tudor que indican la entrada al barrio residencial de San Isidro, creado por inmigrantes europeos. Esto explica la abundancia de techos a dos aguas que adquieren aquí un sentido más ornamental que práctico, ya que en Lima, dicen, casi nunca llueve. Cerca del Ovalo de Gutiérrez, punto de encuentro de los lugareños, surge una estructura piramidal de adobe, color arena. Es la Huaca Pucllana, del siglo IV d.C, que fue el centro ceremonial y administrativo del Valle de Lima.
Esta huaca (lugar sagrado, en quechua) es una de las tantas edificaciones pre-incas halladas debajo de grandes lomadas cubiertas de césped y que coexisten con mansiones coloniales y modernas torres.


Al llegar al hotel, en el Olivar de San Isidro, esperan unas copas de pisco sour que invitan a relajarse después del viaje. Luego de reponer fuerzas con el almuerzo nos espera la ciudad.


En el Centro Histórico

Perú debe ser el único país de América que festejó el centenario de su independencia de la corona española con la construcción de un boulevard que realza en la arquitectura sus raíces indígenas. Es la Avenida Arequipa, acondicionada para la ocasión en 1921, donde el estilo mestizo se manifiesta en las casonas que integran elementos indigenistas con frisos y pilastras renacentistas.


El boulevard conduce al Centro Histórico, donde asoma la Lima virreinal en las residencias coloniales con balcones moriscos. Al este de la Plaza Mayor se encuentra la Catedral barroca, que comenzó a construirse el mismo día de la fundación de la ciudad, el 18 de enero de 1535. Tal vez por eso descansan allí los restos del fundador de Lima.


Frente a la plaza, la iglesia de San Francisco funciona como sede del museo de Arte Religioso. Es un complejo arquitectónico del siglo XVII, cuyas mayores atracciones son la imponente biblioteca —20.000 libros escritos en latín y quechua— y las catacumbas, una serie de galerías subterráneas repletas de esqueletos de aristócratas coloniales. Hasta 1808, cuando fueron clausuradas, funcionaban como cementerio para los cristianos que pagaban cuantiosas cifras para estar más cerca del cielo.


Así como la cantidad de iglesias que se hallan sólo en el casco histórico dan cuenta de la predominante fe católica del pueblo peruano, las fastuosas casas coloniales recuerdan la opulencia de la vida virreinal. La mayoría funciona como dependencia pública o privada, como aquellas que albergan los museos de Antropología y Arqueología y el Larco Herrera, los cuales atesoran las más completas colecciones de arte precolombino del mundo.


El museo de Antropología y Arqueología ilustra —con maquetas y recreaciones virtuales— los 100 años de dominio del Tawantinsuyo —Imperio Inca—, que se extendió desde el límite entre Ecuador y Colombia hasta el noreste de la Argentina. El Museo Larco Herrera exhibe piezas de oro y plata del período inca y, en la sala de Arte Erótico, figuras de cerámica que forman parte de una colección privada de 45.000 piezas.


Santuarios y templos

A 30 km al sur de la ciudad, surge la Lima ancestral. La Autopista Panamericana conduce a Pachacamac, el santuario de peregrinación religioso más importante de los Andes Centrales desde los tiempos pre-incas (éstos llegaron recién en el siglo XII), que fue habitado sólo por sacerdotes y vírgenes.


Durante el apogeo de la cultura Wari (650 d.C), nobles y campesinos llegaban hasta allí para consultar sobre el futuro al dios Pachacamac. El tótem, un delgado tronco tallado con representaciones antropomorfas, aves y felinos, se exhibe en el museo de sitio. Fue hallado en 1938 en el Templo Pintado, uno de los cuatro pilares de esta soberbia ciudad —que abarca 500 has—, junto con el Templo del Sol, el de las Pirámides y el de las Vírgenes.


Al atardecer, entre las pirámides truncas de color arena, es habitual ver turistas que rozan con las manos las paredes de los templos y elevan los brazos hacia el cielo: son cultores del new age y consideran a la ciudad un centro energético.


Ritmos peruanos
La noche comienza en un restaurante del Centro Comercial Larcomar, el más exclusivo de Lima, sobre la Costa Verde. El lugar preserva las tradiciones peruanas: cocina criolla y ritmos oriundos de la selva, la sierra y la costa. Entre sones de huaylas y moviditos, degustamos papas a la huancaína y cara pulcra. Promediando la madrugada, el sonido seco y gutural de los cajones peruanos es para algunos como un llamado animal para lanzarse a la pista de baile. El espacio más íntimo está detrás del bar, donde el local se transforma en un triángulo vidriado, con luz tenue y sillones mullidos, que invitan a imaginar que se está suspendido en el aire.


Un recorrido por los barrios de Lima permite conocer el pulso de la vida nocturna. Miraflores es un barrio de jardines repletos de geranios y rosas. Es tan famoso por las playas de la Costa Verde como por sus cafés y restaurantes, que se disputan el protagonismo con los de San Isidro, frecuentados por los "pitucos".


La bohemia se reúne en Barranco, un antiguo balneario de la aristocracia limeña con bellas casonas coloniales. La mayoría de ellas fueron transformadas en bares y peñas, donde se escuchan marineras, cuecas y valsecitos. Juanito es una de las más pintorescas y ganó fama porque allí varias veces Joaquín Sabina cantó y brindó por penas universales.


Cerca, en la plaza, una escultura de bronce homenajea a Chabuca Granda, que tantas veces evocó en sus versos a la Lima antigua y a las calles de Barranco. Entre palmeras y jacarandaes, surge la figura de Chabuca: está junto al Rincón de los Enamorados, en el malecón que mira al Pacífico y frente al mítico Puente de los Suspiros, que inspiró los versos del vals que nos guió hasta aquí. Se dice que si uno logra cruzarlo mientras contiene la respiración y al volver pide un deseo, se cumple. Por si acaso, antes de partir cumplimos el rito.
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Este artículo fue escrito por la periodista Maria Zacco.

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