jueves, 14 de febrero de 2008

CAMINO INCA A MACHU PICCHU: GRANDEZA DE RUTA Y DESTINO


Texto de Rafael León.

Una ruta que es a la vez la constatación de la sabiduría arquitectónica de los Incas, un trekking espléndido y una experiencia invalorable de contacto con la naturaleza, permite retomar la lógica con que los constructores de Machu Pichu idearon su simbología original. Es el Camino Inca a Machu Picchu, un tramo de 43 kilómetros que forma parte de los más de 40 mil que conforman el gran Qapaq Ñan.

Cuando la ciudad de Machu Picchu, hacia los años 50 del siglo XX, pasa ante el mundo a convertirse en el icono de la cultura inca y en uno de los atractivos turísticos más importantes del planeta, se crea un símbolo que, por las exigencias turísticas del mercado, nos instaron a conocerlo de una manera superficial: una estadía de algunas horas entre sus muros de piedra y sus panorámicas alucinadas, un hermoso viaje en tren y una veloz subida en minibús... Así se definió el ingreso a Machu Picchu y así quedó fijado para la mayoría de visitantes que ésta recibe, una suma que bordea los trescientos mil turistas por año. Se calcula que desde su puesta en valor ha recibido algo más de siete millones de visitantes.

Este nuevo símbolo del Perú, de rápida difusión, produce un quiebre, una fractura con la lógica, con la Historia y con la secuencia cultural que los creadores de Machu Picchu -los Incas- habían establecido como inherente a su ciudad sagrada. Esa secuencia era una manera de llegar, que obligaba al caminante a recorrer con gran esfuerzo una ruta hecha de granito y cuarzo, en la que iba encontrando a su paso construcciones destinadas a fines diversos (hospedaje, cultivos, meditación, culto, vigilancia), plantas y animales viviendo en la misma naturaleza que los genera y los acoge; climas de una diversidad casi absoluta, paisajes sobrecogedores, cielos y fenómenos atmosféricos capaces de hacer sentir al hombre su pequeñez y su dependencia y al final, el espectáculo mágico e imborrable de Machu Picchu vista desde lo alto, recortada contra el cielo, quieta como un reino de cultura integrado a otro natural. Es decir, una visión holística, cósmica del camino, el destino y el entorno.

Llegar a Machu Picchu luego de haber recorrido el Camino Inca, no tiene punto de comparación con subir por esa suerte de cicatriz que es la carretera de ascenso desde Aguascalientes. Dan fe de ello los 70 mil viajeros que con los pies ampollados y el aliento entrecortado, sienten que más que una experiencia de turismo, han pasado por un viaje existencial, sin temor a la exageración. De los 70 mil caminantes que anualmente lo recorren, sólo el 17% son peruanos; el resto, gente sensible y culta del mundo. Estas cifras no se explican únicamente por el factor precio; hay que entenderlas por el lado de la ignorancia y desvalorización de nuestros mejores recursos. Que el peruano sí viaja, lo deben demostrar los registros de ingreso a Miami. ¿Será que no tenemos idea de lo que es el Camino Inca?
El Camino Inca es parte del Santuario de Machu Picchu; como tal, su uso turístico se enmarca en una normatividad ligada a la protección y conservación del conjunto. Sin embargo temas como capacidad de carga, eliminación de residuos, protección de flora y fauna o prevención de incendios, son quizás más urgentes en el Camino Inca que en el resto del Santuario. La fragilidad del recurso es muy grande, lo demuestran los venados, las aves, los osos, los insectos y los reptiles que ya no aparecen ni aparecerán jamás, ahuyentados por una presencia humana excesiva y poco discreta. Las historias recientes son de incendios catastróficos o de las siete toneladas de basura acumuladas diariamente en temporada alta.

En el año 1990, se promulgó un Reglamento de Uso del Camino Inca a Machu Picchu que entró recién en vigencia a inicios del 2001, orientado a preservar el recurso en base a una normatividad exigente. A cambio de haber casi triplicado el costo del ticket de ingreso, el reglamento ofrece una serie de servicios que por el momento sólo figuran en el papel. Escasean los servicios higiénicos, la ubicación de los campamentos sigue siendo aleatoria, no hay manera de eliminar sensatamente los residuos, pareciera que incluso el límite máximo diarios de visitantes (500 personas) no se respetará. Un grave error sigue en pie: ese intragable albergue levantado ni más ni menos que al lado de Wiñay Wayna, que destroza la calidad de la experiencia sostenida hasta ese momento, con sus feos muros de cemento mal pintados, su tugurización, y la estridencia de su música. Todo eso puede y debe mejorar; ningún descuido, error humano o ausencia de criterio puede restar valor y grandeza a la experiencia de recorrer el Camino Inca hacia Machu Picchu.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cordial saludo richard



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