jueves, 14 de febrero de 2008

CAMINO INCA A MACHU PICCHU: GRANDEZA DE RUTA Y DESTINO


Texto de Rafael León.

Una ruta que es a la vez la constatación de la sabiduría arquitectónica de los Incas, un trekking espléndido y una experiencia invalorable de contacto con la naturaleza, permite retomar la lógica con que los constructores de Machu Pichu idearon su simbología original. Es el Camino Inca a Machu Picchu, un tramo de 43 kilómetros que forma parte de los más de 40 mil que conforman el gran Qapaq Ñan.

Cuando la ciudad de Machu Picchu, hacia los años 50 del siglo XX, pasa ante el mundo a convertirse en el icono de la cultura inca y en uno de los atractivos turísticos más importantes del planeta, se crea un símbolo que, por las exigencias turísticas del mercado, nos instaron a conocerlo de una manera superficial: una estadía de algunas horas entre sus muros de piedra y sus panorámicas alucinadas, un hermoso viaje en tren y una veloz subida en minibús... Así se definió el ingreso a Machu Picchu y así quedó fijado para la mayoría de visitantes que ésta recibe, una suma que bordea los trescientos mil turistas por año. Se calcula que desde su puesta en valor ha recibido algo más de siete millones de visitantes.

Este nuevo símbolo del Perú, de rápida difusión, produce un quiebre, una fractura con la lógica, con la Historia y con la secuencia cultural que los creadores de Machu Picchu -los Incas- habían establecido como inherente a su ciudad sagrada. Esa secuencia era una manera de llegar, que obligaba al caminante a recorrer con gran esfuerzo una ruta hecha de granito y cuarzo, en la que iba encontrando a su paso construcciones destinadas a fines diversos (hospedaje, cultivos, meditación, culto, vigilancia), plantas y animales viviendo en la misma naturaleza que los genera y los acoge; climas de una diversidad casi absoluta, paisajes sobrecogedores, cielos y fenómenos atmosféricos capaces de hacer sentir al hombre su pequeñez y su dependencia y al final, el espectáculo mágico e imborrable de Machu Picchu vista desde lo alto, recortada contra el cielo, quieta como un reino de cultura integrado a otro natural. Es decir, una visión holística, cósmica del camino, el destino y el entorno.

Llegar a Machu Picchu luego de haber recorrido el Camino Inca, no tiene punto de comparación con subir por esa suerte de cicatriz que es la carretera de ascenso desde Aguascalientes. Dan fe de ello los 70 mil viajeros que con los pies ampollados y el aliento entrecortado, sienten que más que una experiencia de turismo, han pasado por un viaje existencial, sin temor a la exageración. De los 70 mil caminantes que anualmente lo recorren, sólo el 17% son peruanos; el resto, gente sensible y culta del mundo. Estas cifras no se explican únicamente por el factor precio; hay que entenderlas por el lado de la ignorancia y desvalorización de nuestros mejores recursos. Que el peruano sí viaja, lo deben demostrar los registros de ingreso a Miami. ¿Será que no tenemos idea de lo que es el Camino Inca?
El Camino Inca es parte del Santuario de Machu Picchu; como tal, su uso turístico se enmarca en una normatividad ligada a la protección y conservación del conjunto. Sin embargo temas como capacidad de carga, eliminación de residuos, protección de flora y fauna o prevención de incendios, son quizás más urgentes en el Camino Inca que en el resto del Santuario. La fragilidad del recurso es muy grande, lo demuestran los venados, las aves, los osos, los insectos y los reptiles que ya no aparecen ni aparecerán jamás, ahuyentados por una presencia humana excesiva y poco discreta. Las historias recientes son de incendios catastróficos o de las siete toneladas de basura acumuladas diariamente en temporada alta.

En el año 1990, se promulgó un Reglamento de Uso del Camino Inca a Machu Picchu que entró recién en vigencia a inicios del 2001, orientado a preservar el recurso en base a una normatividad exigente. A cambio de haber casi triplicado el costo del ticket de ingreso, el reglamento ofrece una serie de servicios que por el momento sólo figuran en el papel. Escasean los servicios higiénicos, la ubicación de los campamentos sigue siendo aleatoria, no hay manera de eliminar sensatamente los residuos, pareciera que incluso el límite máximo diarios de visitantes (500 personas) no se respetará. Un grave error sigue en pie: ese intragable albergue levantado ni más ni menos que al lado de Wiñay Wayna, que destroza la calidad de la experiencia sostenida hasta ese momento, con sus feos muros de cemento mal pintados, su tugurización, y la estridencia de su música. Todo eso puede y debe mejorar; ningún descuido, error humano o ausencia de criterio puede restar valor y grandeza a la experiencia de recorrer el Camino Inca hacia Machu Picchu.

Imperio del festín: Tradición y renovación en la gastronomía cusqueña


Texto de Alonso Ruiz Rosas. Fuente: Revista Bienvenida.

La capital inca no sólo alberga el principal patrimonio arqueológico y el más vistoso legado del arte virreinal de América del Sur. El paladar encuentra también verdaderas satisfacciones en la variada oferta culinaria que la ciudad ofrece al visitante.

ARTE Y PARTE DEL DESAYUNO
Los principales hoteles del Cusco incluyen, como corresponde, un bien servido desayuno. Junto a las frutas frescas, los saludables cereales y los huevos revueltos, en los diversos bufetes matinales destacan el aromático café de la zona, los quesos del Altiplano, algunos embutidos y unos finos, vaporosos tamales de maíz blanco. Si el viajero es amante de la aventura puede darse una vuelta por el mercado central, de paso que aprecia los altares con espejos del templo de Santa Clara, y beber abundantes y tonificantes jugos o zumos hechos con las mejores frutas de la región. El mercado oferta también algunos suculentos platillos para madrugadores o trasnochadores hambrientos: caldo de cabeza de cordero, escabeche de gallina, caldo de ranas, entre varios humeantes potajes..
Otra opción para acabar con el hambre matinal es el Ayllu, café ubicado desde hace décadas en el estratégico Portal de Carnes, al lado de la catedral. El Ayllu tiene la mejor música clásica y la más estridente pintura indigenista de la ciudad.
Son recomendables sus panes con nata, el chocolate cusqueño y el ponche de leche con pisco, que calienta hasta las huesos más destemplados. El Ayllu exhibe la tradicional repostería hispano mestiza de la urbe: enrollados de manzana, lengua de suegra (hojaldre con manjar blanco) leche asada, pionono y otras dulces cuya preparación, con sabor hogareño, dirige la señora Zoila Paz de Beltrán, propietaria del local. Los cusqueños son muy aficionados a banquetearse a media mañana con dos de las especialidades locales: el adobo de cerdo (carne macerada en chicha de maíz y ají colorado), y los famosos chicharrones de la misma carne, tan apetecibles como reñidos con la silueta y cierto colesterol. Los chicharrones vienen acompañados de una ensaladilla de cebolla en la que abunda la digestiva hierbabuena. Hay chicharronerías por doquier y para todos los gustos, aunque por comprensibles razones éstas no suelen ser frecuentadas por los visitantes, a esa hora dedicados a toda clase de excursiones por la ciudad y los alrededores.

DEGUSTACIONES DEL MEDIODÍA
Para algunos apetitos, el almuerzo es la hora indicada para probar las especialidades de la gastronomía cusqueña. La oferta está en las disparejas y humildes picanterías rigurosamente estudiadas por la socióloga Eleana Llosa en un ya clásico libro y, mejor aún, en las llamadas quintas, entre las que sobresale la Quinta Eulalia, en la calle Choquechaka*. ¿Qué degustar si se opta por el sabor tradicional?. El veraniego capchi de setas (revuelto de hongos, habas y algo de queso), el soltero de cuchiccara (ensalada con trozos de pellejo de cerdo), el chairo (una contundente sopa con diversas carnes) y los rocotos rellenos con un picadillo de res y verduras.
El almuerzo es, también, el momento oportuno para iniciar una aproximación a las novedades gastronómicas de la ciudad. La lista de locales que merecen visitarse puede empezar con el Varayok o el Pucará, dos acogedores restaurantes con atractivas cartas y esmerada atención en las inmediaciones de la Plaza de Armas. El Varayoc tiene algunas especialidades suizo germanas nada desdeñables. En la Plaza de Armas sobresale también el emblemático Inca Grill, con una amplia y refinada carta en la que destacan los platos de la llamada "cocina novoandina", de la que es pionero en el Cusco: alpaca con tarta de quinua, tacu tacu de pallares con sábana de alpaca, tiradito de trucha con ají amarillo, amén de pastas y otros preparados nacionales e internacionales. Otras opciones camino a San Blas: el Jack’s Café, el Macondo, y dos restaurantes muy atractivos en la misma plaza de este pintoresco barrio de artistas y artesanos: el Pacha Papa, con un contundente lomo saltado, un generoso seco de cordero y un sabrosísimo olluquito con carne y charqui de alpaca; y el Greens, con una exótica carta que, del curry a la mozzarrella, va de lo local a lo hindú y lo mediterráneo.

EL BANQUETE NOCTURNO
La noche ofrece una amplia gama de opciones para nutrir el cuerpo tras las excursiones diurnas. La lista es larga e incluye pizzerías, parrillas, el vistoso Fallen Angel y alternativas diversas. Pero hay dos restaurantes de visita obligatoria, con mayor razón si no alcanzó el tiempo para degustar sus exquisiteces a la hora del almuerzo: la Cicciolina y el MAP Café. La Cicciolina, en diagonal frente al palacio Arzobispal (palacio de Sinchi Roca), es, secuencialmente, una bodega de delicattesen digna de cualquier capital del mundo, un bar de tapas estupendo (alcachofas; humus con berenjena y zuchini a la parrilla; pimiento piquillo con queso crema, alcaparras y truchas ahumadas, entre otras delicias) y un restaurant de alto nivel, bajo el mando del chef argentino Luis Alberto Scilotto, de las canteras de La Gloria, garantía de gran cocina en Lima.
La carta de la Cicciolina combina eficazmente la tradición mediterránea con algunos productos de la región: de la clásica polenta o del rigatone rigate a la putanesca, con una salsa ligeramente picante, a un tierno lomo de res bañado en salsa de sauco y gorgonzzola o un lomo de alpaca a la parrilla a las cuatro pimientas, con la oportuna compañía de un delicado soufflé de yuca como guarnición.
El MAP Café, para algunos el mejor restaurante de la ciudad, ocupa parte del patio del novísimo y espectacular Museo de Arte Precolombino del Cusco, en la Casa Cabrera. Rafael Casabonne, empresario limeño afincado en el Cusco y uno de los artífices de la renovación gastronómica de la ciudad, asegura que él y su socio Jorge Luis Ossio Guiulfo han tratado de incluir en la carta platos que puedan estar a la altura de las obras maestras que exhibe el Museo. Y razón no le falta. De las manos del chef Hernán Castañeda salen inolvidables preparados del nuevo mestizaje gastronómico: gnocchi de papa amarilla y camarones en salsa de coral y rocoto; atún a la miel de ajonjolí con puré de camotes al aji limo y jengibre; confit de cuy, el tierno conejillo de indias, cocinado lentamente en la sabrosa manteca de pato; canilla de cordero con trigo verde y tomates confitados y otras delicias como el asado de alpaca en salsa de atún o una refinada recreación del cusqueño capchi de setas, además de postres tan acertados como las ponderaciones de lúcuma y chocolate blanco o los helados de la casa.

Puede afirmarse, sin duda, que la oferta gastronómica del Cusco ha crecido notablemente y que está en condiciones de satisfacer a los paladares más exigentes. En la capital de los Incas es posible comer desde el muy sencillo y delicioso choclo con queso (el mejor del planeta, si se tiene en cuenta la calidad del maíz del Valle Sagrado) hasta los más elaborados potajes de la cada vez más reconocida y celebrada gastronomía peruana. Tras los festines y degustaciones, la ciudad ofrece, como sabemos, una excitante vida nocturna. El Cusco es, al mismo tiempo, pueblerino y cosmopolita, místico y sensorial, conmovedor y placentero. Es, para decirlo en dos palabras, una maravilla.

CUSCO: CIUDAD IMPERIAL


Texto de R.L.

Hace unas semanas estuve en el ombligo del mundo. No iba hace muchos años. La primera vez que llegué al Cusco no conocí ni Machu Picchu ni Sacsayhuamán. Tampoco el mercado de San Pedro, ni el enigmático “Kamikaze” o la inagotable “Mamá África”. Nada de eso. Jamás me enteré quién o qué era San Blas o por qué un bar llamado “Los Perros” tenía amigos fieles por todas partes del mundo. En aquella oportunidad mi espíritu aventurero se quedó con ganas y solo se llevó la imagen de la Plaza de Armas y de algunas callecitas empedradas, que, precisamente, me habían llevado a conocer de manera fugaz. Desde aquel entonces Cusco fue una ciudad que me subyugó, y aún me encanta y no iba a desaprovechar mi tiempo en ella, así que me desperté temprano y no me costó mucho a pesar de haberme acostado bien tarde.

A las 9 de la mañana el centro de Cusco está infestado de turistas, bricheros, policías de tránsito, pequeños coches amarillos y ruido de voces... Caminé por todas las viejas calles de esta encantadora urbe que preserva tan bien sus raíces. Visité algunos de sus museos esplendidos pero me enamoré de uno en particular: El Museo de Arte Precolombino (MAP). Es este un museo diferente, ya que muestra piezas arqueológicas de indudable valor histórico e inobjetable valía estética. Es un lugar que rinde homenaje ecuánime a los pueblos indígenas que normalmente son excluidos del estudio del arte universal, cuyos entendidos y críticos vuelcan siempre sus miradas a valorar sólo a la limitada producción europea. Normalmente se dice que los indígenas son o eran grandes artesanos, pero creo que las palabras precisas serían que fueron y son grandiosos artistas.

La Plaza de Armas sigue siendo el centro neurálgico de locales y visitantes; las escalinatas de la catedral están llenas de gentes viendo pasar la vida; su nombre quechua es Huacaypata, y allí se celebraba cada año, entre otras festividades, el Inti Raymi o Fiesta del Sol.
Además de la Plaza de Armas, hay muchos lugares interesantes, por ejemplo el barrio de los artesanos de San Blas en la zona alta, desde donde uno puede asir con los ojos unas espectaculares vistas sobre los tejados de Cusco. El barrio, es de esos lugares bohemios que no se olvidan, en mi caso, llegué ayer y ya la mitad de los bares de San Blas tuvieron la prerrogativa de conocer mi sed.

Otro lugar imperdible es el Convento de Santo Domingo, construido sobre el Templo del Sol o Koricancha; mención aparte merece La Catedral de la ciudad, que fue erigida originalmente sobre lo que fue el antiguo templo de Suntur Wasi (Casa redonda), hoy iglesia del Triunfo. Posteriormente, se ordenó su construcción sobre el Kiswarkancha, Palacio del Inca Wiracocha. La fachada y el interior son de estilo renacentista, y sus naves, capillas y sacristías están decorados con tallas de madera de cedro y aliso. Destacan el coro, el púlpito, y los labrados de madera en altares y mobiliarios.

Compite en belleza con La Catedral, La Iglesia de la Compañía de Jesús, templo que se construyó originalmente en 1571 sobre los terrenos del antiguo Amaru Cancha, el palacio del Inca Huayna Cápac. El actual edificio es resultado de la reconstrucción hecha a la iglesia original en 1688, dañada por el terremoto de 1650. La traza original y la fachada son de estilo barroco.

Los palacios de varios reyes y emperadores Incas y de su corte, y un larguísimo etcétera de maravillas arqueológicas e históricas hacen que tu estadía en Cusco siempre sea más larga de lo que pensabas al principio; cada esquina, plaza, calle, casa, iglesia y edificio público de la antigua ciudad es una obra de arte. Levantas la vista y ves un balcón primorosamente tallado en madera, la bajas y un muro inca sirve de cimientos de una hermosa casa colonial. Por ejemplo, la Piedra de los doce ángulos o Hatunrumiyoc forma parte de un muro construido con el tipo de piedra "diorita verde", ubicado en el exterior del palacio atribuido a Inca Roca. La muralla es admirable por su arquitectura poligonal, cuyo frente abarca casi toda la calle Hatunrumiyoc. No creo que hoy en día, con toda la tecnología que tenemos, se pueda mejorar la precisión en el encaje de piedras poligonales de diferentes tamaños y proporciones que caracterizaba la arquitectura inca.

Cusco no deja de sorprenderme, y si a este pequeño breviario le sumamos que en un radio de 6 km. a la redonda hay 4 centros arqueológicos incas, -Sacsayhuaman, Q'enqo, Pukapukara y Tambomachay-, comprenderemos porque Cusco es la Capital Arqueológica de América y Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 1983. Algo más lejos están Chinchero, Pisac, Ollantaytambo, y Andahuaylillas, pero las carreteras de la región son buenas, así que vale la pena visitarlas. Apostilla aparte merece el mercado dominical de Pisac, que es muy famoso, un poblado donde además los días martes, jueves y sábados se organizan una de las ferias de artesanías mas coloridas de esta parte del mundo.

Cuenta la leyenda que la cuidad imperial fue fundada por Manco Cápac y Mama Ocllo, hijos del dios Sol, cumpliendo la misión encomendada por su padre en el Lago Titicaca, de encontrar un lugar que fuese el centro de un gran imperio. Luego de fijar lo que sería el ombligo del mundo, se dedicaron a enseñar las técnicas del tejido, la cerámica, la orfebrería y la agricultura a sus primitivos pobladores. Cuenta la historia que esta mítica ciudad fue el centro de gobierno de las cuatro extensas regiones o suyos de un fabuloso señorío, el cual llegó a abarcar gran parte de los actuales países de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina y Chile... Cuentan las anécdotas, que este es el mejor lugar del mundo para disfrutar de todos los placeres confesables y de los otros, el mejor sitio para conocer personas durante sus infatigables noches y días refugiados bajo el marco de unas construcciones antiquísimas y soberbias. Cuentan sus innumerables visitantes que hay mucho por descubrir, demasiadas cosas para forjar…
Por estas levedades y muchas razones de fondo, amo el Cusco, y volveré a ella las veces que pueda mientras viva.


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ALGUNAS SUGERENCIAS:

-Como regla general e imperativa, tienen que comer poco los dos primeros días para que a la flora intestinal se adapte a los microorganismos locales. Llevar unas tabletas de Alikal por las dudas.
- De día salir con ropa con el cual puedan tolerar de unos 20 a 24 grados. De noche salir abrigados y con un matecito de coca encima
- Taxi. En la ciudad de Cusco, casi siempre los recorridos locales suelen costar de dos a tres soles. A lo sumo, cuatro. Desde el aeropuerto no se paga más de 10 soles. Por lo general, antes de tomar un taxi, las tarifas se negocian con el chofer; no cierren trato con el primer precio que les dé, siempre traten de bajar ese precio. Esta regla de pedir descuentos se aplica a casi todos los ámbitos de la vida comercial. (Antes de tomar un taxi consultar con los pobladores locales, de por ejemplo cuanto pagaría para ir de San Blas a Tipón).
- Comida. En el centro, en los barrios de San Blas y San Cristóbal se puede comer y bien. Tres sitios que gustan y mucho son "La Chomba" (comida típica con unos chicharrones y un rocoto relleno al estilo Cusco, interesantes), "Tango Beef" y "Amaru" (pizza con masa cusqueña). También está "El Incanto", "La Cicciolina", "Fallen Angel" (tienen que ir a este lugar) y "Bohemia", entre otros.
- Bares. En el Cusco estos nueve son infaltables: El "Fallen Angel", "Kamikaze" (entrañable), "Mandela's Lounge", "La Musa", "Los Perros", "Big Blue Martini", "Km.0", "7 angelitos" (Jazz en vivo, nada mejor) y el Irish Pub (por favor, no regresen sin saborear una Guinness).
- Discotecas. Para bailar tienen cinco locales; al menos, son los que gustan: "Mama África", "Muky", "Garabato", "Ukukus" y "Mithology". En todos estos locales se escucha siempre muy buena música.
- Turismo extra. Al margen de lo que ya adquirieron en la Agencia de Viajes, les sugeriría, si disponen de ganas y tiempo, ir de compras al "Coca Shop" (en el Barrio de San Blas); es imperdonable no llevarse un recuerdo de los Mérida, los Olave o los Mendívil (los apellidos de tres familias de artesanos más famosos del Cusco); traten de ubicar al maestro Juan Cárdenas Flores en la Plaza de San Blas o en su taller "Qollqe Wasi" (casa de la plata), sobre la calle Tandapata o en su casa ubicada en la Calle Pumapaccha Nro. 634; es uno de los mejores artistas del Cusco, ganó el tradicional Santuranticuy, premio que reconoció en el 2007, de manera formal, a uno de los más sobresalientes artesanos de las últimas décadas. Aunque no le compres ninguno de sus trabajos hechos en plata, no se van a arrepentir de ver sus obras de antiquísimo refinamiento expuestos en la calle o en su taller; es un fabuloso platero. También, si se lo proponen pueden disfrutar de un viaje culinario híper exótico trasladándose a unos pocos kilómetros del Cusco: viajen a Tipón a comer cuy (pregunten por el "Ampay –cuy's"; el cuy tiene una carne tan particular e intensa, que puede transformar por unos minutos al más puritano de los parroquianos en un cavernícola gourmet, ya que el platillo se come con las manos sin necesidad de tenedores o cuchillos. Con la pachamanca sucede lo mismo); a Saylla, a probar chicharrones, y, a Oropesa, para dejarse encandilar por las chutas, esos panes gigantes que siguen tiernos a pesar del paso de los días.
- Tomar algunas precauciones frente a los "bricheros". Los bricheros son una casta de embaucadores y embaucadoras que avanzan sobre los turistas haciéndoles creer, por ejemplo, que son descendientes directísimos de algún soberano inca (o con un verso similar), con la finalidad de tener un triunfal "levante" y vivir a sus anchas y a expensas de sus víctimas durante el lapso que dure la estadía del visitante en cuestión. Avanzan como vampiros sobre sus presas, como hienas tras sus botines, con una impunidad y un ímpetu verbal-gestual arrollador que, en algunos casos irritan y te causan un inolvidable dolor auditivo; hay quienes sostienen que esta experiencia –para decirlo bíblicamente– te hace ver a Judas en traje de Adán. Como buenos depredadores en su coto de caza, están siempre merodeando en las discotecas y acechando en los lugares próximos a las plazas. Bueno, por las dudas, si alguien cae o quiere entrar al juego propuesto por él o la brichera, tengan la precaución de obligar a que el susodicho use un décuplo de preservativos para proteger vuestra salud sexual, y en el caso de la susodicha, pedirle un riguroso examen de sangre (jajajaja….mentira, ustedes harán lo que crean conveniente, pero ya están avisados; en este "resumen" he tratado de no ser tan crudo y visceral describiendo a un brichero; espero haber dorado la píldora aunque sea un poco…)

miércoles, 13 de febrero de 2008

Hallazgos en la ruta: Las joyas del Camino Inca





Texto de N.L.C.

Un viajero siente que el cansancio desaparece frente a la impactante belleza de Wiñaywayna, uno de los grupos arqueológicos que se descubren en el camino inca a Machu Picchu. Luego, en la soledad de su carpa, se pone a recordar los nombres de los vestigios prehispánicos diseminados en los más de 40 kilómetros del viejo sendero: Patallaqta, Runjurakay, Sayaqmarca, Conchamarka e Intipata, son los maravillosos lugares que sirven de antesala a la gran ciudadela, el atractivo turístico más visitado del Perú.


Cuando llegué a Wiñaywayna, sentí como se desvanecía el cansancio. La fatiga retrocedía, buscaba refugio, se arrinconaba ante un renovado impulso, que obligaba a conocer cada rincón, cada pedazo de piedra, cada andén esculpido en la montaña. Aquí no hay espacio para músculos adormecidos ni rodillas maltrechas. Todo es contemplación. Sólo asombro en el ocaso matizado de naranja.
Te sientas en uno de los peldaños líticos. Detrás de ti, se levanta un palacio o un torreón de piedras, las cuales encajan a la perfección y tienen un fino acabado. Debajo, se despliega una manta de andenes rebosantes de verdor, una escalera dispareja que desciende abruptamente y varias pirkas (muros líticos) que hacen malabares al borde del cerro.
La contemplación se rompe. Escuchas pasos, risas, palabras en varios idiomas; entonces, Wiñaywayna -el asombroso complejo arqueológico, localizado en un rincón del famoso camino inca que conduce a Machu Picchu- se convierte en una torre de babel andina, en una torre de babel a 2,700 m.s.n.m. que se aferra a la falda de una montaña, que desciende hasta el cañón del río Urubamba.
Ahora se desata un fragoroso tiroteo de click´s. Sonrisas a la posteridad, imágenes para el recuerdo: un chica de melena color zanahoria, estrena sus mohínes de top model en el umbral de una puerta trapezoidal de estilo inca; mientras un muchachote de aspecto nórdico, perenniza un gesto de fiereza al lado de una de las 10 fuentes rituales del sector de los andenes.
Entre el bullicio, llegas a distinguir una voz de marcado acento cusqueño que revela que el nombre Wiñaywayna (siempre joven) -construcción inca descubierta por Paul Fejos en 1941- proviene de un término quechua relacionado a la especie de orquídea Epidendrum cassilabium, bastante común en este paraje de ensueño.
La contemplación termina. Vuelves al campamento, el tercero y el último en tu andariega travesía por el fabuloso sendero de tierra y piedra que conduce a Machu Picchu. Otra vez el malestar en las piernas. Otra vez los desesperantes hincones en las rodillas. Cierras los ojos para olvidar el dolor. Lo consigues. Lo recuerdos te sirven de anestesia.

Un rosario arqueológico
Gotas impertinentes golpetean la lona de la carpa. Sollozos del cielo en la despedida, porque Machu Picchu está muy cerca, sólo falta un tramo, un ascenso más que se iniciará en la madrugada "para ver la ciudadela al amanecer", había dicho el guía, sin prever la trampa de nubes y niebla que montaría el cielo, con la intención de frustrar la observación desde el Intipunku o puerta del sol.
Pero eso ocurriría después, ahora estás en la carpa, ordenando tus vivencias, recordando los nombres de las construcciones incas que fuiste visitando en el camino, esa especie de rosario arqueológico en cuyas cuentas se detienen decenas de peregrinos, para auscultar el pasado de aquellos hombres que le rendían pleitesía al sol.
Las horas se consumen entre pasos y sudor. Subir y bajar, observar el paisaje: la cordillera del Urubamba y el nevado de La Verónica (5,800 metros de altura), antiguamente denominado lágrima sagrada (Weqey Willka en quechua). Termina el día. Agoniza el sol entre los cerros, aparecen las primeras estrellas. Se levanta el campamento.
Segunda jornada. Sufres en el ascenso a las abras de Warmiwañusqa (mujer muerta) a 4,200 m.s.n.m, y Runkurakay (galpón ovoide) a 3,900 m.s.n.m; pero disfrutas al recorrer Runkurakay, el "tambo" o posada de los viajeros incas; Sayaqmarka (lugar parado o erguido) un centro administrativo y ceremonial; y, Conchamarka (lugar del fogón), una construcción pétrea ligada a la primera.

¿Qué te depararía el camino en el tercer día?... Phuyupatamarka (lugar sobre las nubes), es el nombre de un abra y de un núcleo administrativo y religioso, que resalta por su plataforma superior de forma ovoidal, sus fuentes de agua y sus escalinatas labradas. Después vendría la lejana visión del Intipata, con sus terrazas cultivables y sus muros de piedra canteada.

Los recuerdos fueron vencidos por el sueño. La voz del guía anuncia la partida. Cuarto día. Jornada final. Sólo falta Machu Picchu que se esconde caprichosamente tras un manto de niebla. Ya no hay más cuentas en el rosario. Fin de la aventura en el camino de los incas.
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PREGUNTA FRECUENTE ACERCA DEL CAMINO INCA
¿Existen algunas normas básicas que se deben seguir para llevar a cabo la caminata?
Si. Por ejemplo:
-Acampar sólo en los sectores debidamente señalizados, quedando terminantemente prohibido hacerlo dentro de las construcciones Incásicas o en proximidad a ellas.
-Se deberá sobre todo evitar la contaminación del Santuario Histórico de Machu Picchu, dentro del cual se encuentra el Camino Inca. Es necesario no dejar residuos o basura por donde se les antoje considerando que hay muchos otros turistas que desearían disfrutar de un medio ambiente agradable y sin contaminación; lo recomendable es que todo grupo de visitantes saque sus desperdicios del Camino Inca u ordene a sus porteadores hacerlo, especialmente con todo elemento no orgánico.
-No está permitido hacer fogatas ni utilizar madera del parque para ese fin.
-No se pueden recoger flores u otras especies vegetales, por lo tanto está prohibida la depredación de la flora del Santuario Histórico así como la captura o caza de su fauna silvestre ya que muchas de las especies animales del Santuario están en vías de extinción. La policía en Machu Picchu está totalmente autorizada para aplicar sanciones o arrestar a los infractores de las reglas.
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Nota: La Unidad de Gestión del Santuario Histórico de Machu Picchu (UGM) ha dispuesto el ingreso de 500 personas diarias al Camino Inca, incluido guías, porteadores, auxiliares y visitantes, es decir que solo podrán ingresar un promedio de 200 turistas por día, por lo cual le recomendamos hacer sus reservas con 2 meses de antelación. En temporada alta (Mayo a Octubre) es recomendable realizar las reservaciones con 3 meses de anticipación.
En la actualidad La Unidad de Gestión del Santuario Histórico de Machu Picchu (UGM) solo permite el ingreso al Camino Inca a aquellos los turistas que hayan contratado previamente un tour con alguna de las agencias de viajes que estén autorizadas para operar dicho circuito, ya que estas, se encargarán de la organización del tour y del trámite necesario para el ingreso al Camino Inca y a Machu Picchu; el operador turístico se ocupará también de llevar los equipos de camping, la alimentación correspondiente a los 4 días, el personal de apoyo y toda la organización necesaria para que ud. dedique su tiempo a disfrutar el trekking. Además la agencia se encargara de llevar un botiquín de primeros auxilios que será verificado en el primer control del KM 82 (Lugar donde se inicia la caminata), conteniendo vendas, algodón, gasas, benditas autoadhesivas, analgésicos, líquidos o cremas antisépticas, diamox, etc.

domingo, 10 de febrero de 2008

POR LA RUTA DE LOS CHASQUIS




Texto de Mariana Lafont.

Lejos de igualar la velocidad de los antiguos chasquis, miles de viajeros de todo el mundo recorren año a año los magníficos caminos incas que comunicaban a todo el imperio. Desde Cusco, la aventura de un trekking de cuatro días por la ruta precolombina hasta la mítica ciudadela de Machu Picchu.

Para los amantes del trekking, toda huella, sendero o picada es una invitación a la aventura y, cuanto menos transitada esté, mejor. Sin embargo existe un camino que, a pesar de ser muy visitado, se ha transformado en un clásico de los caminantes: el Camino Inca. La antigua vía imperial conduce, luego de cuatro intensos –por momentos agotadores–- días de marcha, hasta la ciudadela perdida de los incas: Machu Picchu. Esta suerte de autopista precolombina estaba formada por cuatro caminos principales que iban hacia cada punto cardinal, e integraba el vasto imperio. La ruta más importante era el llamado Cápac Ñan, o Gran Camino, que abarca algo más de 5200 kilómetros de extensión de la Cordillera de los Andes, que comenzaba en Quito, pasaba por Cusco, La Paz, Tucumán, La Rioja, Mendoza, Santiago de Chile y finalizaba en Concepción.

Todos los caminos conducen a...
Cusco. En quechua significa “el ombligo del mundo” ya que, según la mitología inca, allí convergían los tres mundos que formaban el universo de esta antigua civilización. Esta bellísima ciudad –capital del antiguo imperio– es la metrópoli precolombina más importante de Sudamérica y heredera de una tradición cultural milenaria que conjuga el pasado incaico con el español, luego de la Conquista en el siglo XVI.
Al ser tan amplio, las comunicaciones entre una punta y otra del imperio estaban a cargo de los chasquis, funcionarios del Imperio. La denominación proviene de la voz quechua “chaskiq” que significa “el que recibe” haciendo referencia a la noticia que se debía comunicar. Estos jóvenes y entrenados mensajeros transmitían los encargos velozmente a través de una serie de postas. Según las antiguas crónicas, estos ágiles y resistentes emisarios podían llevar al Inca –que residía en la capital– pescado fresco desde la costa, haciendo más de 600 km y trepando grandes alturas. Los chasquis habitaban chozas situadas a lo largo de las rutas, siempre atentos a la llegada de algún emisario. Apenas uno de ellos advertía un correo iba a su encuentro y corría a la par mientras recibía el mensaje en forma oral. Luego continuaba la carrera hasta la siguiente posta donde a su vez transmitía el mensaje de la misma manera.

El camino paso a paso
El camino que conduce a Machu Picchu está muy bien conservado y recorrerlo es remontarse a un pasado milenario mientras se contemplan deslumbrantes escenarios en la zona de transición entre el altiplano andino, los bosques nubosos y el comienzo de la selva amazónica. En poco más de 40 kilómetros se observan misteriosos paisajes, vestigios arqueológicos –antiguas fortificaciones, almacenes y centros administrativos– y una riquísima flora con gran variedad de orquídeas, begonias y árboles exóticos. La estratégica ubicación de cada una de las ruinas que se ven a lo largo de la travesía es una clara muestra de lo cuidadosos y meticulosos que eran los incas a la hora de construir.
Si bien este trekking se ha hecho muy popular entre los jóvenes, a lo largo del camino es emocionante ver –y admirar– gente de todas las edades. Con otro ritmo y una gran sonrisa en la cara, han decidido emprender el desafío porque, cueste lo que cueste, “la Petra de los Andes” al final del camino bien vale la pena y el esfuerzo.
El trekking de cuatro días parte del kilómetro 82 –algunos comienzan en el 88– de la vía férrea que une Cusco con Quillabamba, a una altura de 2600 msnm. Mientras cada turista pone sus pertenencias en la mochila, los jóvenes porteadores cargan cacerolas, víveres, carpas y demás objetos necesarios para acampar. Y cuando el viajero recién da los primeros tímidos pasos, estos “chasquis contemporáneos” ya han sacado una gran ventaja cargando mucho más peso y sin usar sofisticadas mochilas ni botas especializadas. Paso a paso la pregunta es la misma: ¿por qué corren y cómo hacen para no resbalarse usando unas sencillas sandalias con suela prácticamente lisa? Corren porque el primer porteador que llegue al lugar habilitado para acampar podrá escoger el mejor lugar para su grupo y además, podrá tener lista la comida para los agotados caminantes que llegarán después.

El primer día es poco exigente. El camino es sencillo y ondulado y además se tiene una hermosa vista del nevado la Verónica (5850 msnm). El sitio arqueológico más llamativo de la jornada es Llaqtapata, las ruinas de lo que en algún momento fue un pueblo en la ladera de una colina y donde se observan las características terrazas de cultivo inca, también llamadas andenes. Después de la cena, el guía explica al grupo cómo será el segundo y más exigente día de trekking y ofrece a quienes lo consideren necesario “alquilar un porteador”, o sea, pagar unos soles extras para que le carguen la mochila. Y advierte que conviene hacerlo esa misma noche porque al día siguiente, el servicio se irá encareciendo a medida que pasen las horas y la altura aumente tanto como el cansancio.

Luego de un suculento desayuno comienza el temido segundo día y ciertamente lo es ya que son aproximadamente cinco agotadoras horas de permanente subida hasta llegar a Warmiwañusca (el Paso de la Mujer Muerta, a 4200 msnm). Allí el paisaje se torna árido, poco amigable y con un clima impredecible. Una vez alcanzados los 4200 metros, la vista es imponente y hasta un poco intimidante de tanta grandeza. El frío no permite quedarse a descansar eternamente y es necesario seguir caminando, pero esta vez en una abrupta, empinada e interminable bajada por enormes escalones que llegan a ser un verdadero desafío para las rodillas.

El tercer día es muy interesante porque se visitan sitios arqueológicos de diversa índole, de los que se destaca Phuyupatamarka o “Pueblo sobre las nubes” porque tal es la sensación al estar a 3600 msnm y ver los cúmulos por debajo de uno. Esa noche –la última antes de llegar a Machu Picchu–- se duerme en un refugio, en realidad el único donde hay duchas y venta de comestibles. Como al refugio se llega temprano, hay tiempo en la tarde para visitar Wiñaywayna. Este sitio arqueológico –que en quechua significa “Siempre Joven”– es, luego de Machu Picchu, el más bonito de todo el trayecto, por su perfecta ubicación, su estética arquitectura y por su hermoso entorno natural, con cascada incluida. Sin dudas, este sitio es una excelente y mínima muestra de lo que está por venir.

El gran día
La noche previa al gran día cuesta conciliar el sueño. A pesar del cansancio, la excitación puede más y se siente en el aire. Ya falta muy poco.
Se amanece bien temprano y cerca de las 5.30 am se emprende la marcha. Con cada paso dado, la ansiedad aumenta y todos parecen querer llegar primero. Luego de hora y media de caminata se arriba a la Puerta del Sol –-que no es exactamente una puerta– y allí se tiene una vista que quedará estampada en la retina para siempre. Finalmente “La ciudad perdida de los Incas” está frente a uno. Luego de una breve pero profunda contemplación hay que seguir un poco más para adentrarse en las ruinas. Una de las ventajas de hacer el camino inca es que, al llegar tan temprano, el sitio está desierto ya que el tren con los turistas que vienen de Cusco recién arriba las 11 am. Aunque poco a poco se irá poblando de gente –precio que se paga cuando se visitan grandes maravillas del mundo–, todos son respetuosos del lugar y hay un sentimiento compartido por poder estar allí. De todos modos, si se tiene la posibilidad, vale la pena pasar la noche en Aguas Calientes –el poblado más cercano– y regresar al sitio a la mañana siguiente bien temprano.
Machu Picchu fue un antiguo poblado inca construido a mediados del siglo XV, en un promontorio rocoso que une las montañas Machu Picchu y Wayna Picchu, palabras que respectivamente significan “montaña vieja” y “montaña joven”. El halo de misterio que ha envuelto a este lugar desde su descubrimiento se debe a que aún hoy no se ha podido dilucidar el origen ni el uso dado a esta bellísima obra arquitectónica de piedra. Algunos documentos sugieren que habría sido el palacio privado de Pachacutec, o Túpac Inca Yupanqui, el primer emperador, entre 1438-1470. Sin embargo, también se cree que fue usada como santuario religioso.
A pesar del cansancio acumulado y luego de recorrer las diferentes zonas de las ruinas, es sumamente recomendable hacer un esfuerzo adicional y subir al empinado Wayna Picchu (2700 msnm) porque desde allí se tiene una vista excepcional y poco convencional de Machu Picchu.
Si bien es cierto que Hiram Bingham no “descubrió” las ruinas en 1911 porque éstas nunca se “perdieron”, es innegable que sí tuvo el mérito de ser la primera persona en reconocer su importancia. Y quizás, todos los caminantes que las visitan día a día llegan a sentir ante la impactante ciudadela lo que este historiador de la Universidad de Yale sintióç cuando la vio por primera vez.



DATOS UTILES:

Trekking: Existen dos tipos de trekking: de 2 ó 4 días. Ambos deben hacerse con guía, no se puede hacer solo. Se pueden contratar tours completos en cualquiera de las agencias de viajes que ofrezcan este servicio.

Cuándo ir: Se puede ir todo el año pero de noviembre a marzo es época de lluvias y hay menor visibilidad dada la abundancia de nubes. Permanece cerrado durante el mes de febrero.

Cuánto cuesta: Hay muchas opciones, según la época del año y la agencia que se contrate. Conviene tener en cuenta que de acuerdo al tipo de servicios que brinden algunas cuestan más. En promedio, dependiendo de la temporada alta o baja, el trekking de 4 días puede costar desde U$S300 a U$S600. El precio incluye los traslados desde y hasta Cusco, los guías y porteadores, el ingreso a Machu Picchu y todas las comidas (En algunos casos las noches de hotel en Cusco y Aguas Calientes, el traslado en tren de Machu Picchu al Cusco y los boletos turísticos de la ciudad imperial). Como existe cupo de visitantes por día, es recomendable chequear la disponibilidad por Internet –todas las agencias de viajes tienen su sitio web y reservar con anticipación.

Recomendación: La aclimatación previa es esencial para no padecer mal de altura. Conviene pasar unos días en Cusco antes de emprender el camino y el té de coca es muy recomendable en caso de sentirse mal.


PREGUNTAS FRECUENTES ACERCA DEL CAMINO DEL INCA:

* ¿Se puede realizar el trekking sin contratar un tour?: No, no se puede. Si no parten con un tour contratado, no los dejarán ingresar. El camino de cuatro días en temporada baja arranca en 290 dólares, y puede llegar a costar 600 dólares en temporada alta. El precio incluye el traslado en tren hasta el lugar desde donde comienza la caminata, el servicio de guías y porteadores y la comida. Si quieren hacer el camino de dos días, tienen que pensar en pagar unos 230 dólares a más. (En algunas agencias o páginas web te venden el tour por menos dólares, pero por lo general esos servicios no incluyen el pasaje de vuelta desde Aguas Calientes, la estación de tren más cercana a Machu Picchu. Como los pasajes sólo se venden con tres a más días de anticipación, tendrán que comprar el boleto de tren más caro, el Vistadome, por 71 dólares. Como además seguramente tendrán que pasar una noche en Aguas Calientes, deben sumar a ese gasto extra, la comida -que en este poblado es bastante cara-; se darán cuenta que ahorrarán poco o nada -si es que ahorran algo-. Mejor comprar el tour completo, que puede incluir una o dos noches previas de alojamiento en el Cusco y una noche en Aguas Calientes, además del pasaje de vuelta de Machu Picchu a la ciudad imperial)

* ¿Hace un tiempo atrás no era mucho más económico hacer el Camino del Inca?: Sí, claro. Hasta antes del año 2000, costaba de 50 a 70 dólares. En ese momento, se podía ingresar solo, sin necesidad de guías ni porteadores. Desde el 2001, el Estado peruano impulsó una política de conservación del medio ambiente y del patrimonio histórico del lugar, junto a una bien pensada estrategia de posicionar al Cusco como un destino exclusivo. Por esa razón, en la actualidad sólo dejan entrar a 500 personas por día al magnífico camino, y han elevado fuertemente los precios mediante la industriosa exigencia de comprar el tour completo. De esa manera, además, crean mayores ingresos para la región y ocupan más personas. Claro que, a los que pretenden hacer el camino no les causa mucha gracia pagar los altos precios, pero así están dadas las cosas.

* ¿Cuánto cuesta el tren que va de Cusco a Aguas Calientes?: Hay dos versiones. El Vistadome sale desde Cusco, y cuesta 140 dólares ida y vuelta. El Backpacker tiene un costo de 90 dólares.

* ¿Desde Aguas Calientes se puede llegar caminando a Machu Picchu?: Sí, se puede, pero es una larga caminata que implica realizar un camino en subida. El transporte tiene un precio razonable: un viaje en micro de algo menos de media hora sale 12 dólares.

* ¿Hay ruinas arqueológicas que sean interesantes en el camino?: Si. Pero quizá lo más interesante sean los paisajes esplendentes y magníficos. A pocos minutos de caminata del parador del tercer día se encuentra Phuyupatamarka y Wiñay Wayna, una de las más hermosas construcciones incas.

* ¿Es muy difícil hacer el camino?: Requiere un inexorable esfuerzo físico. Si están fuera de estado y quieren hacerlo, les recomendaría comenzar a caminar. Pero en realidad, el gran reto es el hecho de que hay que andar mucho tiempo en subida, y durante algunas horas a una altura de más de tres mil metros.

* ¿Cuánto cuesta la entrada a Machu Picchu y al Camino Inca?: 42 dólares; los peruanos pagan la mitad. Para ingresar al Camino Inca la tarifa ronda los 84 dólares.

viernes, 8 de febrero de 2008

Sendero de lujo y fantasía para llegar a Machu Picchu.




Las ventajas que tiene esta ruta saltan a la vista: pasa bajo las faldas del nevado Salkantay, por bosques que huelen a misterios antiguos, y, lo principal, brinda una inusual vista de Machu Picchu, por el lado opuesto al Camino Inca. Además, no es multitudinario y ahora lo está operando Mountain Lodges of Peru, que ha dispuesto cuatro albergues, con todas las comodidades, a lo largo de este mágico camino*.


Se puso de pie con dificultad. Tragó saliva, y dijo la única frase que decía en los peores y mejores momentos de su vida: “Quiero un trago”. Este había sido, ciertamente, un día realmente malo. Tanto así que, semanas después, observó que ni siquiera lo había registrado en su libreta de apuntes. Era el cuarto día en las montañas, y hasta entonces todo había sido fenomenal. Pero allí estaba todo arañado, con sangre coagulada en el rostro y ronchas en brazos, torso y el bajo vientre. Nunca supo qué fue, si una intoxicación por alergia, la picadura de un maldito bicho, o una prueba mandada por los Apus, quién sabe. Se olvidó del trago, se arrastró hasta su carpa, comió, tomó un antihistamínico, y durmió tan plácidamente como cuando era un niño. Cuando se levantó había un cuenco de agua caliente en la puerta de la carpa, se lavó la cara, se sintió fuerte nuevamente, y sonrió. “Este es el día”, pensó. Un rostro desconocido de Machu Picchu lo esperaba al final de la jornada. Su sonrisa fue, entonces, como el amanecer.

La tribu
Cuando aterrizó en el Cusco cuatro días antes, a su océano de tejas y sus calles donde platean los muros incaicos, no se imaginó que la cosa iba a ser tan alucinante. Casi de inmediato estaba en una Van en dirección a Mollepata, acompañado de un puñado de periodistas y operadores turísticos extranjeros. Había un neoyorquino loco, loco de verdad. Contaba historias sórdidas todo el tiempo. Un canadiense deseoso de caerles bien a todos, aunque podía ser cáustico también. Un británico erudito y altanero a la vez. Una rubia de Vermont, con pinta de chica bien, atlética, conservadora y agradable. Un guía cusqueño muy hablador y acriollado. Y Enrique Umbert hijo, de apenas 26 años, pero con las ideas bien claras respecto a la ruta que estábamos por iniciar.
El primer almuerzo fue en Mollepata, el último poblado de importancia que verían en un buen tiempo. De allí el vehículo trepó sin piedad hasta Soraypampa, donde se levanta el primer refugio para los viajeros que pretendan conocer Machu Picchu combinando esfuerzo físico con absoluto confort. Claro, nosotros sólo vimos los cimientos de lo que ahora es una construcción de vanguardia, pero que a la vez tiene una relación amigable con el entorno.
Se armó el campamento, se desplegaron los mapas, se sirvió mate de coca, se cruzaron las primeras miradas y bromas. Los arrieros y cocineros eran un mundo aparte: discretos y elusivos, sus voces en un quechua gutural se escuchaban como un eco lejano. Esa noche, al abandonar la carpa-comedor observamos, con el aliento contenido, el fantasmal nevado Salkantay (6,271 metros de altura) iluminado tenuemente por la luna. A pesar del frío, tardamos un buen rato antes de introducirnos en nuestras bolsas de dormir.

Ama rápido, me dijo el sol
Dicen los entendidos que en el Cusco hay dos grandes Apus, o divinidades tutelares, el nevado Ausangate (masculino), al sur, y el Salkantay (femenino), al norte. Pues bien, el Salkantay estaba con un genio terrible aquel día que transitamos por sus dominios. Salvo las primeras horas, cuando asomaron unos esperanzadores rayitos de sol, el cielo se nubló horrible, especialmente en el abra Salkantay, a 4,600 metros de altura, donde granizaba y llovía indiscriminadamente, corría un viento endemoniado, y los nevados y los cóndores aparecían y desaparecían entre bocanadas de neblina.
Ese día fue matador, pero sobrecogedor a su vez. Se podía sentir la fuerte presencia de la naturaleza y siglos enteros parecían cabalgar dentro del vasto silencio de la puna. Todo había pasado aceleradamente, tenía el corazón y el espíritu agitados. Recordó entonces los versos de José Watanabe (1946-2007): “No se puede amar lo que tan rápido fuga/Ama rápido, me dijo el sol./y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,/a cumplir con la vida:/ yo soy el guardián del hielo.” Esa noche nos establecimos en Wayramachay (“cueva del viento”, en quechua). Las estrellas incendiaron la bóveda nocturna mientras el grupo se relajó lentamente.

Al fin, la selva
En medio de la limpia llanura dorada, rodaron volutas de niebla. Era la selva que respiraba un nuevo día. A pesar que estábamos a 4 mil metros de altura, rodeados de manadas de alpacas y nevados, ya se podía percibir, en lontananza, destellos de verdor. El sol levantaba la humedad de esa selva cercana y nos la traía hasta los Altos Andes en forma de copos de algodón con aroma a bromelias y viejas cortezas.
Ese día bajamos drásticamente hasta los 2,900 metros de Colpapampa. El paso de las serranías a la selva alta mantiene el mismo encanto de siempre. A pesar de que no sea la primera experiencia, es imposible escapar al hechizo que produce ese cambio brusco de geografías. Primero nos topamos con bromelias y picaflores, luego vino una zona de mariposas de todo tipo y color; y finalmente nubes de mosquitos. En Colpapampa convergen tres quebradas: la de Salkantay –que es por donde descendimos–, la de Manchayhuayco, y la de Totora. Por las tres quebradas discurren rumorosos riachuelos que, al reunirse, forman el río Santa Teresa, tributario del poderoso Urubamba.
Al cerrar la tarde, fuimos en patota a unos baños termales. Hubo que atravesar un puente que parecía un palito de helado, pues el anterior fue arrancado de cuajo por un aluvión. El neoyorquino loco fingió que se caía al torrente 20 metros bajo nuestro. Después, todo bien. Uno entró calato a la deliciosa pocita de piedra, otro lo siguió, y al final todos estábamos en pelotas en el agua tibia. Todos, menos ella, que tuvo que tomarse dos cervezas antes de animarse a unirse a la alborotada tribu.

Tesoro inca
El cuarto día fue cuando amaneció con fiebre, retortijones estomacales y ronchas. Igual, caminó tambaleante un buen trecho hasta que un compasivo arriero lo trepó a un caballo. Cruzó como un zombi un bosque secundario erizado de espinas que le produjeron pequeños tajos en la cara y los brazos. Entre tinieblas vio pasar ante sus ojos: cataratas, colinas, sembríos, y muchos niños. Lllegó arrastrándose a Lucmabamba. Un día antes del asalto a la retaguardia de Machu Picchu.
A golpe de ocho de la mañana, luego de despedirse de los arrieros Paulino y Bernardino Holgado, y del cocinero Genaro Alca, empezó a subir por un serpenteante camino inca que lo condujo a Llactapata, un complejo arqueológico inca casi desconocido. Desde sus dominios pudo apreciar, absorto, la ciudadela de Machu Picchu desde su lado Oeste. Distinguió claramente el Huayna Picchu, el Intihuatana, y el perfil recortado –aunque inverso en su memoria– del más notable monumento inca.
Luego se zambulló en un descenso interminable mientras el río Urubamba se enroscaba a sus pies. Pasó por cafetales y por un puente colgante y bajo la inverosímil catarata artificial que ha creado la hidroeléctrica, antes de caer sentado en una silla del destartalado restaurante donde reposaba la tribu.
Estaba agotado, pero había sido un día increíble. Una semana increíble, en realidad. Tragó saliva, y dijo la única frase que decía en los peores y mejores momentos de su vida. “Quiero un trago”. No es necesario decir que esta vez una cerveza rodó directamente a sus manos.
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Artículo escrito por Alvaro Rocha Revilla.


LIMA: LA CIUDAD DE LOS REYES



Es mi puente un poeta que me espera / con su quieta madera / Puente de los Suspiros quiero que guardes/ en tu grato silencio mi confidencia...", canta la voz inconfundible de Chabuca Granda en la radio de la camioneta que nos traslada desde el aeropuerto de Lima. En los versos de ese vals se hallan las pistas para descubrir los rincones secretos de esta ciudad.


Capital de Perú, Lima es conocida como la "Ciudad de los reyes", título —impuesto por su fundador, Francisco Pizarro— que la destacó como centro político y administrativo del Virreinato del Perú. Un paseo por sus calles revela mucho más: el esplendor de las mansiones de aquella época y las huellas de culturas precolombinas presentes en el corazón de la ciudad, exhiben el espíritu de Lima, ancestral, colonial y también moderno.


Poco antes de aterrizar se percibe el cielo siempre gris de Lima. Para contrastarlo, las fachadas de las casas lucen tonos estridentes y los limeños llevan prendas co loridas "que alejan la depresión", indica una de nuestras anfitrionas, camino al hotel. Nos trasladamos por Callao, donde se hallan los barrios más humildes y los grandes mercados.


Las construcciones cuadradas de color verde o terracota de esta zona, contrastan con las casas estilo tudor que indican la entrada al barrio residencial de San Isidro, creado por inmigrantes europeos. Esto explica la abundancia de techos a dos aguas que adquieren aquí un sentido más ornamental que práctico, ya que en Lima, dicen, casi nunca llueve. Cerca del Ovalo de Gutiérrez, punto de encuentro de los lugareños, surge una estructura piramidal de adobe, color arena. Es la Huaca Pucllana, del siglo IV d.C, que fue el centro ceremonial y administrativo del Valle de Lima.
Esta huaca (lugar sagrado, en quechua) es una de las tantas edificaciones pre-incas halladas debajo de grandes lomadas cubiertas de césped y que coexisten con mansiones coloniales y modernas torres.


Al llegar al hotel, en el Olivar de San Isidro, esperan unas copas de pisco sour que invitan a relajarse después del viaje. Luego de reponer fuerzas con el almuerzo nos espera la ciudad.


En el Centro Histórico

Perú debe ser el único país de América que festejó el centenario de su independencia de la corona española con la construcción de un boulevard que realza en la arquitectura sus raíces indígenas. Es la Avenida Arequipa, acondicionada para la ocasión en 1921, donde el estilo mestizo se manifiesta en las casonas que integran elementos indigenistas con frisos y pilastras renacentistas.


El boulevard conduce al Centro Histórico, donde asoma la Lima virreinal en las residencias coloniales con balcones moriscos. Al este de la Plaza Mayor se encuentra la Catedral barroca, que comenzó a construirse el mismo día de la fundación de la ciudad, el 18 de enero de 1535. Tal vez por eso descansan allí los restos del fundador de Lima.


Frente a la plaza, la iglesia de San Francisco funciona como sede del museo de Arte Religioso. Es un complejo arquitectónico del siglo XVII, cuyas mayores atracciones son la imponente biblioteca —20.000 libros escritos en latín y quechua— y las catacumbas, una serie de galerías subterráneas repletas de esqueletos de aristócratas coloniales. Hasta 1808, cuando fueron clausuradas, funcionaban como cementerio para los cristianos que pagaban cuantiosas cifras para estar más cerca del cielo.


Así como la cantidad de iglesias que se hallan sólo en el casco histórico dan cuenta de la predominante fe católica del pueblo peruano, las fastuosas casas coloniales recuerdan la opulencia de la vida virreinal. La mayoría funciona como dependencia pública o privada, como aquellas que albergan los museos de Antropología y Arqueología y el Larco Herrera, los cuales atesoran las más completas colecciones de arte precolombino del mundo.


El museo de Antropología y Arqueología ilustra —con maquetas y recreaciones virtuales— los 100 años de dominio del Tawantinsuyo —Imperio Inca—, que se extendió desde el límite entre Ecuador y Colombia hasta el noreste de la Argentina. El Museo Larco Herrera exhibe piezas de oro y plata del período inca y, en la sala de Arte Erótico, figuras de cerámica que forman parte de una colección privada de 45.000 piezas.


Santuarios y templos

A 30 km al sur de la ciudad, surge la Lima ancestral. La Autopista Panamericana conduce a Pachacamac, el santuario de peregrinación religioso más importante de los Andes Centrales desde los tiempos pre-incas (éstos llegaron recién en el siglo XII), que fue habitado sólo por sacerdotes y vírgenes.


Durante el apogeo de la cultura Wari (650 d.C), nobles y campesinos llegaban hasta allí para consultar sobre el futuro al dios Pachacamac. El tótem, un delgado tronco tallado con representaciones antropomorfas, aves y felinos, se exhibe en el museo de sitio. Fue hallado en 1938 en el Templo Pintado, uno de los cuatro pilares de esta soberbia ciudad —que abarca 500 has—, junto con el Templo del Sol, el de las Pirámides y el de las Vírgenes.


Al atardecer, entre las pirámides truncas de color arena, es habitual ver turistas que rozan con las manos las paredes de los templos y elevan los brazos hacia el cielo: son cultores del new age y consideran a la ciudad un centro energético.


Ritmos peruanos
La noche comienza en un restaurante del Centro Comercial Larcomar, el más exclusivo de Lima, sobre la Costa Verde. El lugar preserva las tradiciones peruanas: cocina criolla y ritmos oriundos de la selva, la sierra y la costa. Entre sones de huaylas y moviditos, degustamos papas a la huancaína y cara pulcra. Promediando la madrugada, el sonido seco y gutural de los cajones peruanos es para algunos como un llamado animal para lanzarse a la pista de baile. El espacio más íntimo está detrás del bar, donde el local se transforma en un triángulo vidriado, con luz tenue y sillones mullidos, que invitan a imaginar que se está suspendido en el aire.


Un recorrido por los barrios de Lima permite conocer el pulso de la vida nocturna. Miraflores es un barrio de jardines repletos de geranios y rosas. Es tan famoso por las playas de la Costa Verde como por sus cafés y restaurantes, que se disputan el protagonismo con los de San Isidro, frecuentados por los "pitucos".


La bohemia se reúne en Barranco, un antiguo balneario de la aristocracia limeña con bellas casonas coloniales. La mayoría de ellas fueron transformadas en bares y peñas, donde se escuchan marineras, cuecas y valsecitos. Juanito es una de las más pintorescas y ganó fama porque allí varias veces Joaquín Sabina cantó y brindó por penas universales.


Cerca, en la plaza, una escultura de bronce homenajea a Chabuca Granda, que tantas veces evocó en sus versos a la Lima antigua y a las calles de Barranco. Entre palmeras y jacarandaes, surge la figura de Chabuca: está junto al Rincón de los Enamorados, en el malecón que mira al Pacífico y frente al mítico Puente de los Suspiros, que inspiró los versos del vals que nos guió hasta aquí. Se dice que si uno logra cruzarlo mientras contiene la respiración y al volver pide un deseo, se cumple. Por si acaso, antes de partir cumplimos el rito.
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Este artículo fue escrito por la periodista Maria Zacco.